Vila-seca puede presumir de poseer un amplio repertorio de equipamientos culturales de primerísimo nivel. El Celler, el Auditori o el Castell son buenos ejemplos de cómo la cultura puede proyectar el nombre de una localidad. Con eventos de gran calidad y una programación destacada estos espacios colocan al municipio en el mapa cultural del territorio. Sin embargo, detrás de estos focos de prestigio, la realidad cultural de Vila-seca muestra contrastes que no podemos obviar.
El estado de dejadez de la biblioteca municipal es un paradigma claro de este contraste. Ya en 2014 el Mapa de la Lectura de la Generalitat de Catalunya indicaba que la biblioteca se había quedado pequeña para atender las necesidades de una población creciente. Una década después, seguimos igual. Mientras Salou y Cambrils han modernizado sus bibliotecas con espacios de estudio y herramientas digitales, la de Vila-seca sigue anclada en el siglo XX privando a estudiantes, familias y vecindario de un recurso imprescindible para su día a día.
A esto se suma el abandono, cuando no la ausencia, de infraestructuras para los jóvenes. Ejemplo de ello es el skate park, relegado a las afueras y en un estado muy mejorable. No se trata sólo de un espacio físico deteriorado sino de todo un símbolo de la falta de atención hacia las subculturas urbanas. Otro ejemplo más de esta desidia lo encontramos en la moción aprobada por el pleno municipal en 2022 para potenciar el arte urbano. En ella se prometía habilitar espacios para grafitis y otras expresiones creativas, un compromiso que en su momento parecía abrir la puerta a formas de cultura menos tradicionales, pero igualmente valiosas. Sin embargo, dos años después, esa promesa sigue en el tintero. Otros municipios, como por ejemplo Reus, han habilitado muros para el arte urbano, convirtiéndolo en un atractivo cultural y turístico.
¿Es casual que Vila-seca potencie ciertas formas de cultura mientras margina otras? No lo creo. Como señala el sociólogo Pierre Bourdieu, la cultura a menudo se utiliza como un mecanismo de distinción, un recurso para marcar jerarquías y establecer quién pertenece y quién queda fuera. En Vila-seca, esto se traduce en una apuesta por las expresiones culturales de prestigio, dejando de lado la cultura popular, la mainstream y la underground.
Este modelo no solo excluye, sino que también desperdicia oportunidades. La Casa de la Cultura, prometida en el programa electoral del equipo de gobierno ya en 2019, podría haber sido un espacio central para democratizar la cultura, un lugar de encuentro para todas las expresiones culturales del municipio. Pero, cinco años después, la casa de la cultura ni está ni se le espera. Resulta paradójico que, mientras la inversión prevista para 2025 en equipamientos culturales en Vila-seca apenas alcanza los 3 euros por habitante, el gasto destinado a la iluminación navideña supera los 12 euros por persona, evidenciando una clara descompensación en las prioridades del municipio. ¿Cuántos años más debemos esperar para que Vila-seca cuente con una biblioteca digna o una casa de la cultura en condiciones?
Conviene preguntarnos qué tipo de municipio queremos ser. Vila-seca tiene recursos y talento suficiente para construir un modelo cultural más transversal. Por supuesto no se trata de renunciar a los grandes eventos ni dejar de invertir en lo que ya funciona bien, sino de complementar esa oferta con espacios y políticas que pongan a las personas en el centro.
Vila-seca precisa una biblioteca adaptada a las necesidades de la población de 2025, un skate park accesible donde jóvenes puedan socializar, una casa de la cultura para construir comunidad y espacios para el arte urbano que transformen muros grises en luz y color. Pero, por encima de todo, necesitamos políticos y gestores que entiendan que la cultura no es solo un espectáculo a contemplar, sino también una herramienta para construir identidad y futuro.
Se trata de comprender que la verdadera esencia de la cultura se encuentra en cada recoveco del municipio. No solo en los auditorios, sino también en los barrios y en las plazas donde la gente se reúne, se expresa y crea. De entender que acciones como recuperar el mercado, dignificar los antiguos lavaderos o recuperar la memoria histórica es también fomentar la cultura. Se trata, en definitiva, de asumir que la verdadera riqueza cultural de un pueblo no se mide exclusivamente por el impacto de los grandes eventos, sino también por la capacidad de un municipio para hacer que todos sus ciudadanos encuentren su lugar en ella.
Mario Téllez Molina
Sociólogo especializado en educación y cultura
Concejal en el Ayuntamiento de Vila-seca de 2015 a 2023