Llegó a nuestro pueblo allá por el verano. Mi pueblo no era muy grande y se halla ubicado en los campos de Castilla, esos que popularizó Antonio Machado. Él venía de la costa, esa zona bañada por el mar, lugar de playas con arena dorada y aguas transparentes, más bien tranquilas. Traía su quehacer, su pensar abierto y calmado y sobre todo sus ansias de enseñar. Había nacido cerca de Salou, lugar que visitaba con frecuencia, en especial durante los veranos. De sus casas, espacios, calles y sobre todo en sus playas había adquirido la tranquilidad que le caracterizaba, su manera de pensar, de actuar y de transmitir sus ideas. Seguramente la belleza que se puede apreciar en los amaneceres y atardeceres fueron elementos primordiales que forjaron su manera de ser.

Con la entrada del otoño se abrió la escuela y se empezó el curso escolar. Nos empezó a enseñar sus conocimientos, sus experiencias, su saber, de una forma muy particular. No olvidaremos nunca la frase que día tras día nos repetía y nos quería inculcar: «El saber es cultura y la cultura es saber».

Los escasos alumnos que ocupábamos el aula fuimos aprendiendo, de forma diferente y peculiar, lo que era el saber, el abrir los ojos (sin olvidar el abrir el corazón) a todo lo que es el conocer. El conocimiento de lo que es pensar, asentar bases, dialogar y sobre todo amar la cultura y los sentimientos de las personas. Además, nos prometió llevarnos a ver el mar. Esa inmensa extensión de agua en la que se han bañado todas las culturas que han marcado nuestra historia. Lamentablemente no pudo ser. Una incultura especial nos lo truncó. Fue algo muy, muy triste que alguien tuviera que morir por su forma de educar.

Tuvieron que pasar varios lustros y hacernos mayores para que de forma consensuada, sus antiguos alumnos tomáramos unos vehículos y nos atreviéramos a realizar su propuesta, ver el mar. Al llegar a Salou dedujimos que la fisionomía urbana era diferente a la de los tiempos en que nuestro maestro la visitaba, ello debido a la gran expansión turística de la zona. Lo que sí perduraba, y perdurará siempre, son los espléndidos amaneceres y atardeceres, así como la placidez o bravura del mar batiendo sus aguas en las rocas o la playa. Ese mar que hace soñar, aprender, reflexionar, pensar, ser y saber. Que todo esto sea siempre germen para enseñar y de que siga habiendo muchos que quieran enseñar, como este peculiar maestro, de esta manera la cultura nunca tenderá a desaparecer.

Emilio Mayayo
Médico jubilado

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