A los 12 años su sueño fue ser bailarina. Trabajar en el espectáculo. A los 17 años comenzó con Ricardo Ardévol, un locutor, recitador de poesía y empresario artístico muy conocido que regentó El Molino de Barcelona durante 13 años y fue representante de numerosos artistas en Barcelona. “Para subir al escenario necesité el permiso de mi padre. Era una niña”, dice Carolina Figueras, afincada en Salou y autora del libro Memorias de una Corista, en el que denunció hace dos años el acoso sexual de “un mal toreo y peor actor”, que esta semana ha vuelto a ser noticia en el programa Espejo Público de Antena 3.
Su comienzo en el espectáculo fue “un mundo de ilusión”. Después de años tomando clases de danza, supeditadas al esfuerzo, el sacrificio y la disciplina, alimentó sus sueños a la vocación de coreógrafa, “en un sector en el que hubo gente que intentaba aprovecharse de la inocencia de algunas jóvenes bailarinas. Yo ya era mayor, pero vi que en el mundo de la danza había menores que eran veladamente explotadas por gente que no aportaba nada. Macarras que no sabían hacer nada y que solo intentaban vivir del trabajo de algunas compañeras. Yo sufrí la agresión física de uno de ellos, que me obligó a abandonar la academia y marchar al teatro sola, completamente sola”.
Para Carolina, el espectáculo, en el que “he conocido a las mejoras personas que minimizan los malos momentos que se pueden pasar en la vida, en una profesión en la que me he realizado, que me ha hecho feliz y felices a miles de personas”, también tenía un lado inmerecido, que “no tenía que ver con el talento. Acepté la crudeza de quienes fueron testigos y cómplices por encubrirlos. Me sentí tonta, mucho, porque no supe desmentir los rumores por los que hube de desaparecer repentinamente de la academia”.
Corría el año 1981 en un sector difícil en el que “todos creían que era un mundo de desnudos, de top less. Pero no era así. De la academia, donde éramos niñas aprendiendo a bailar, pasamos a derruir la otra barrera del baile, mentalmente, porque nos queríamos imponer en nombre de la decencia, seguir con la pasión de bailar, trabajar en lo que había soñado y lo mejor que sabía hacer”, comenta.


“El teatro era un campo de minas. Había gente fantástica con la que aprendí muchísimo. Actores, coreógrafos y vedettes que me enseñaron todo lo que sé de la profesión y de la vida. Aprendí a conocer una vida fabulosa en el teatro, en un mundo en el que las bailarinas tenían mala fama, por salir en bikini o simplemente con trajes de plumas. Aunque también comprendí que el espectáculo fue hasta esos momentos el camino para el empoderamiento de la mujer, el lugar en el que se liberó la mujer, incluso años antes de la Guerra Civil. Las mujeres que fueron absolutamente libres eran las que se subían a un escenario y hacían lo que querían. Mujeres que asustaban por su liberación, aunque, desgraciadamente, las hubo también sometidas a las manos largas y las frases desafortunadas”.
Para Carolina Figueras, “las frutas prohibidas no gustaban en las empresas del espectáculo. Personalmente no me vi obligada a hacer nada que no debiera hacer, aunque hubo proposiciones. Vivíamos en un mundo en el que, para triunfar, algunas compañeras tenían que someterse al capricho de algunos hombres. Aunque, como siempre he dicho, la mujer que no tiene talento, por muchas cosas que haga, no triunfa sobre el escenario. En la vida no se puede mantener nadie dignamente sin talento. Personalmente no he tenido que pagar ningún peaje porque todo me lo he ganado con el trabajo. He sido una superviviente de la profesión”.
Además de trabajar en diferentes teatros de Barcelona, en los más conocidos del Paralelo, donde se hizo coreógrafa a los 24 años con la eurovisiva Salomé, Carolina ha participado en programas de TVE, en los años 80. En el comienzo de los noventa hizo la coreografía y actuó en diversos espectáculos en Salou, en la sala Galas, triunfando en “mi casa” porque ya era muy conocida, y con espectáculos junto al showman Magic Andreu y los hermanos Calatrava. Ha sido la primera coreógrafa catalana y española en producción continuada durante dos años en TV3. Produjo y dirigió un show en Aquópolis, el segundo del mundo representando a sirenas y fue la primera y única coreógrafa en Turquía con la mayor compañía del país, MNG Holding. Recientemente ha trabajado en la creación de un musical con el tristemente fallecido artista y amigo Pino d’Angió, en Italia, y tiene varios proyectos futuros.
En 1994 se instala definitivamente en Salou, ciudad en la que abre una escuela de danza, aunque no exenta de críticas porque “algunas mujeres pusieron en duda lo que podía aportar a la educación de las chicas y los chicos por venir de un mundo de vedettes y bailarinas del espectáculo”. Momentos en Salou que para Carolina fueron extraordinarios. “Aún hoy hay muchas madres que me recuerdan todo lo que se hizo desde la escuela de danza. Me agradecen que sus hijos conocieran el mundo del baile y sobre todo las muchas cosas que hicimos durante ocho años por la gente de Salou”.


Desde la escuela de danza de Carolina, los alumnos participaron en galas benéficas y festivales con el apoyo del Ayuntamiento y el Patronato de Turismo. Y si ha de personalizar, en especial, quiere recordar el apoyo de Pere Granados, Pablo Otal, Marià Ortiz, María Dolors Oliva, Jesús Barragán, Esteve Ferrán y Josep María Llorca, entre otros. Escuela de la que salieron, en 1999, las primeras bailarinas de Comercial Dance en Salou, jóvenes con estilos de coreografía producidos para las estrellas del pop que después se han promocionado para temas comerciales a través de la televisión y los vídeos.
Bailarines de Salou que algunos han triunfado en el mundo del espectáculo con artistas de primera fila. Experiencias que explica ampliamente en el libro Memorias de una Corista que Carolina Figueras editó en 2022, en el que, sobre todo, “lo he escrito porque quiero que se sepa la verdad de lo que ocurre en el mundo del espectáculo. Denuncio las condiciones en las que se trabaja, sin seguridad social y en los que a pesar de denunciar accidentes laborales se nos obligó a trabajar lesionados, en algún caso una compañera bailando con un brazo escayolado”.
Para Figueras, en ese mundo de lentejuelas y plumas, “el precio que se paga no es la cama, como se puede creer, sino la inestabilidad y la falta de compromiso del empresario. Vivíamos en un mundo en el que si el jefe levantaba el teléfono no volvías a trabajar más, porque era un sector cerrado que no admitía ningún tipo de reivindicación”. Tanto es así, que el acoso sexual que denuncia en el libro, y del que tampoco obtuvo mucha repercusión, “cuando denuncié en su momento en la empresa de la compañía el acoso continuado al que estaba sometida, además de que la policía se mostró inútil porque era una situación en la que no había sangre, el que no tuviera testigos que quisieran testificar lo que sucedía, como mujer me hicieron sentir sola. A mí y a algunos hombres, porque estos sucesos también les afectan a algunos bailarines. El espectáculo es un mundo muy cruel en el que hay que sobrevivir. Se tiene que espabilar cada uno por su cuenta, porque se encuentra solo. En una ocasión hubo un empresario que me quiso forzar y como no acepté el chantaje al día siguiente me dijeron en la compañía que no había más trabajo para mí”, comenta.
Abusos en el campo laboral que, según Carolina, “se pueden dar en todos los trabajos, aunque creo que en el espectáculo es todo más visible y hermético. Por todo esto explico en el libro las situaciones de gente anónima que sufre momentos como yo. Las venganzas, las humillaciones y los chantajes que hemos padecido. Personalmente he sido una mujer afortunada, luchadora con la satisfacción de haber conseguido los sueños que tenía de pequeña en el espectáculo”.