Los piratas y corsarios tenían fijación por las calas del cabo de Salou. La orografía del terreno les permitía llegar por la noche sin ser vistos y cuando salía el sol ya habían desembarcado y tomado posiciones para asaltar a los pescadores o a los agricultores. En el siglo XVI, los discípulos del famoso Barbarroja hicieron estragos: Dragut atacó la zona de Salou al menos tres veces y Salah quemó Vila-seca. También estuvo por aquí Arnaut Mamí, un renegado cristiano de origen albanés, célebre porque en 1575 capturó la galera Sol, en la que viajaba Miguel de Cervantes.

Los atacantes procedían del norte de África, fundamentalmente de Alger y Túnez. No tenían nada que ver con los Jack Sparrow de turno que nos muestran las películas americanas. «En nuestro caso eran personas que entendían la piratería como un modo de ganarse la vida, la libertad o hacer fortuna para poder retirarse. O se hacían piratas huyendo de ser esclavizados», explica Pedro Otiña, historiador afincado en Salou y autor del libro ‘Pirates i corsaris. Els atacs contra Vila-seca i la costa del Camp de Tarragona’.

Piratas y corsarios no son lo mismo. El pirata es el ladrón que se apodera de todo aquello que encuentra en su camino, con o sin oposición. El corsario tiene patente de corso, es decir, autorización de un rey, un príncipe o un arzobispo para atacar un lugar o capturar barcos.

La Torre de Virgili de La Pineda

El litoral tarraconense estaba en constante peligro entre los siglos XIII y XVIII. La fructífera actividad comercial de Tarragona y Reus, la existencia de villas como Cambrils y Vila-seca y el puerto de natural de Salou, por donde entraban y salían barcos con carga diversa, eran muy tentadores para los piratas y corsarios. El deficiente sistema de vigilancia y protección de la costa les permitía desembarcar con total impunidad.

«Sus ataques giraban alrededor de conseguir personas para venderlas luego en los principales mercados del norte del África, como Argel. También capturaban embarcaciones, animales, cereales y ornamentos religiosos, que tenían un alto precio por los metales de los que estaban construidos y un alto valor simbólico de carácter religioso. En ocasiones vendían lo que habían capturado en la misma playa», relata Otiña.

Los habitantes de Tarragona, Vila-seca, Cambrils o el puerto de Salou tuvieron grandes dificultades para mantener una población estable cerca del mar y desarrollar una industria pesquera y comercial. «La presencia de piratas y corsarios tuvo una incidencia importante en el desarrollo y transformación de la costa y, por extensión, en las dinámicas comerciales, demográficas y urbanas de los pueblos y ciudades del interior», añade.

La Torre Vella de Salou

El ataque más significativo que narra Otiña en su libro es el del pirata Salah contra Vila-seca en 1522. Las fuentes indican que más de 1.500 hombres desembarcaron, tomaron la ciudad y la quemaron íntegramente. En julio de 1558 se produjo otro episodio destacado, cuando los piratas asediaron Mont-roig del Camp subiendo por el barranco del Rifà.

«De los ataques contra Tarragona destaco uno ocurrido en junio de 1567, cuando desembarcaron en la playa una gran cantidad de piratas procedentes de seis embarcaciones. Capturaron a más de treinta personas, entre ellas algunos miembros de familias nobles de la ciudad», afirma el historiados salouense.

La huella de los piratas y los corsarios sigue presente en el territorio a través de las torres que se construyeron para vigilar la costa y refugiar a la población en caso de ataque. Muchas han desaparecido, pero todavía se conservan algunas, como la Torre Vella de Salou, las de la Ermita y Virgili de La Pineda, la Torre d’en Dolça de Vila-seca o la del puerto de Cambrils.

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