Veo la película ‘El sustituto’, ese filme que solemos ver una vez al mes en televisión, en el que, aunque son muchas las versiones de esta película, un exmarine y mercenario de la CIA visita a su novia, profesora de un conflictivo instituto de Miami, en el que una banda de delincuentes se dedica a aterrorizar tanto a los alumnos como a los profesores. Cuando Jane, su novia, es atacada por un miembro de la banda, el exmarine se las arregla para sustituirla en el centro comenzando en ese momento una trama de lo difícil que es, en ocasiones, dirigir un centro de educación.
Es evidente que no es el prototipo de instituto que conocemos, aunque para los que vivimos en la época del lápiz, allá en el barrio de La Vega de mi Salamanca natal, aquellos que veíamos como se castigaba frente al resto de alumnos, con los brazos en cruz, la rodilla hincada en el suelo y soportando en los brazos el peso de varios libros, si se han vivido etapas, en los años de la posguerra, en las que la mano dura del profesor se hacía valer para que no se le perdiera el acatamiento y la obediencia. Respeto al profesor, al maestro, que hoy en día parece que si se ha perdido en las aulas.
“Hace cincuenta años, en mi pueblo, una maestra que tenía que atender a veinte alumnos, entre cinco y quince años, nos mantenía a todos firmes como velas. La respetábamos a la fuerza, mientras nos obligaba a aprender de memoria la lista de reyes godos, los ríos de España o los principales pueblos de la provincia. La recuerdo con admiración, porque era capaz de hacer magia para atender uno a uno en la lectura, en la escritura o en un problema de matemáticas. Sentía admiración y respeto. No estaba de acuerdo con el método que utilizaba, que hoy sería inaceptable, pero en aquel momento daba resultado. A mí nunca me pegó ningún profesor, pero yo vi las palizas que se dieron a alumnos que no seguían sus instrucciones o que simplemente no querían trabajar”.
Así recuerda Secundino Llorente sus primeros años en la escuela. Ahora vive a caballo entre Salou, donde pasa una gran parte de su vida, y diferentes ciudades de España donde, como asesor, continúa ayudando a colegios para su entrada en el Bachillerato .
Dice que, gracias a los métodos de su primera docente, algunos consiguieron trabajar en la policía, como conserje y otros en la administración. “Con normas duras que tenían el respaldo de los padres”. Aunque vio situaciones más conflictivas ya que “había centros en los que te doblaban el cuerpo a palos y en los seminarios era frecuente que los curas te arrearan un bofetón”, dice.
“En la universidad, aunque no nos pegaron, eran tan estrictos que nos suspendían con facilidad. Nos daban el título de catedrático gracias al esfuerzo personal, pero nadie nos enseñó a ser maestros. El modelo de enseñanza de los años sesenta y setenta no desentonaba mucho con la época. Vivíamos en una sociedad sacrificada y de esfuerzo, centrada en la familia. Con respeto total a la autoridad. Nadie se imaginaba faltar al respeto del profesor porque tenía todas las de perder y nadie le iba a respaldar. No estaba de acuerdo con las palizas a los alumnos. Tenían que acabarse inmediatamente y a finales del siglo pasado ya no se pegaba en las aulas. Entendía que nuestros hijos iban a vivir un mundo que se parecería poco al nuestro, pero nunca imaginé que habría tantos cambios. El pendulazo ha sido total al otro extremo”, comenta Secundino.
“Para ser profesor es imprescindible la vocación. Es la clave en la función educativa. La experiencia dice que ningún profesor vocacional tiene problemas con sus alumnos y a la inversa todos los profesores que ejercen su profesión como si estuvieran en una central lechera tienen problemas, porque suelen ir de mala leche a la clase. Sin cariño, no se puede llegar a los alumnos. Respetan al profesor que los quiere y a los que tratan de hacerle la vida imposible, los desprecian. Son niños, y a veces, crueles. Cuando daba cursos a los nuevos directores les decía que ser director de un instituto es un privilegio de pocos afortunados, siempre que se tenga vocación, porque de no ser así les recomendaba que se dieran de baja de director en ese mismo momento. La vocación es fundamental y la clave en el profesorado”.
“La falta de vocación ha degradado la figura del profesor. Y que los padres ya no son como los de antes. La educación es una banqueta de tres patas: profesores, padres y alumnos. Si falla una de éstas la banqueta se cae. Cuando hay un problema con el alumno, porque no estudia, por falta de respeto o porque se hace insoportable en la clase, hay que llamar a los padres. Es el momento clave en la educación del hijo. Si los padres responden y se unen al profesor, problema resuelto. Todos ganamos. El alumno tendrá que enderezar su camino. Ese trabajo en un futuro se lo agradecerá al profesor y a sus padres. Pero si los progenitores se ponen de parte del alumno, como sucede en ocasiones, el profesor está perdido y ya poco puede hacer. Ahí es donde el docente comienza a perder el prestigio y la fuerza para seguir educando. Llega un momento en el que se cansa y tira la toalla. Entonces, una parte importante del sistema se ha perdido”.
Recientemente, PISA (el informe que evalúa a todos los alumnos en el mundo) ha dado a conocer los resultados de 2022, en la comprensión matemática, lectora y científica al alumnado de quince años. Una prueba que, a pesar de todos sus defectos y su intencionalidad, es la única prueba externa estandarizada que permite comparar los sistemas educativos de diferentes países. Saliendo, de nuevo, España bastante negativamente. Entre ellas, Catalunya. “Los profesores catalanes son tan buenos como los del resto de las comunidades, aunque aquí influye el exceso de la emigración en las aulas y el idioma”.
Según Secundino, “el problema es estructural. Se ha caído en el error de que los niños se traumatizan si suspenden y, por ello, se les regala las buenas notas. Desde pequeños deberían aprender a leer, a escribir y a expresarse bien, pero hay una erosión general de la expresión y la compresión lingüística. Al llegar a la Educación Secundaria y Bachillerato el alumnado va saltando cursos con asignaturas pendientes y con calificaciones positivas, pero con la mochila vacía de conocimientos. Llegan a la universidad y ocurre lo mismo. Les hacemos creer que saben más de lo que saben. Los problemas aparecen después, al acceder al mercado laboral. Ahí, los jóvenes se dan cuenta tarde del fracaso del sistema educativo. El problema es grave. El desafío no puede abordarse con parches. Es necesario un pacto educativo. Nuestras escuelas deben ser las principales depositarias de todos los esfuerzos sociales, políticos y económicos para adaptarse a los nuevos desafíos de la sociedad que amenazan el futuro de los jóvenes”.
Se ha abandonado al alumno que se esfuerza. Se estima que el 50% del alumnado con Altas Capacidades (AC) acaba en fracaso escolar, es decir, la mitad de los alumnos con un gran interés y capacidad para formarse abandonan el sistema educativo por la falta de apoyo en esta etapa crucial. Según estudios en educación y recursos humanos coinciden en la importancia de preparar a los futuros profesionales para afrontar los retos del mercado laboral del siglo.
“Hasta ahora en las entrevistas de trabajo lo que contaban eran las habilidades técnicas o las habilidades duras, las hard Skills, que son los conocimientos adquiridos a lo largo de la formación académica o laboral. Hasta hace pocos años lo importante era el expediente académico. Ahora, se ha producido una revolución en la selección de personal, puesto que una persona que posee muchos conocimientos no siempre es capaz de desarrollarlos en equipo o no consigue comunicarlos para la toma de decisiones en un proyecto”.
Por esta razón, Secundino añade que “las habilidades duras, o hard skills, conseguirán entrevistas, pero serán las habilidades blandas, o soft skills, las que conseguirán un trabajo. Aquellos alumnos que hayan adquiridos aptitudes en la relación con los demás, esenciales para el éxito profesional en comunicación, trabajo en equipo, resolución de problemas. pensamiento crítico, gestión del tiempo, liderazgo o empatía”, concluye.