En el sonido de ambiente se escucha la canción ‘Vivir mi vida’, de Marc Anthony. Entre las estrofas se repiten frases como “voy a vivir el momento, para entender el destino. Voy a escuchar el silencio, para encontrar el camino”. El lugar, al aire libre, está en silencio, a pesar de que hay varias personas allí. Unas preparan la tierra, acondicionando el suelo, para plantar flores que riegan después; otras retiran hierbas no deseadas que han surgido entre las hermosas plantas que crecen en el Jardí Botànic de Salou. La naturaleza alimenta la mente de personas con problemas de salud mental.
El entorno parece ser el más adecuado para esas personas en un estado emocional que en cada momento han de afrontar difíciles situaciones en sus sentimientos. En un estado de equilibrio y bienestar en el que, en ocasiones, no son conscientes de sus capacidades y el desarrollo de habilidades cognitivas y emocionales, que presentan dificultades para vivir en sociedad o satisfacer adecuadamente las demandas de la vida cotidiana.
Las actividades en el Jardi Botànic las desarrollan en grupo, aunque cada una de ellas tiene una faena concreta que coordina Judit Llabería, integradora social de la Associació La Muralla de Tarragona. Entidad que en estos momentos dispone de ese espacio en Salou, a falta de certificar la cesión municipal, que atiende a las 23 personas de esta población que suelen asistir periódicamente a las terapias. En esta ocasión con la presencia de Paula Ulloa, coordinadora de la asociación, que cuenta con casi 400 asociados inscritos en la demarcación.
“El trastorno mental tiene un importante impacto en la calidad de vida de las personas y afecta a todos los ámbitos de la persona. Causa aislamiento, sobrecarga a la familia, problemas en el trabajo, genera discapacidad y comporta dependencia. El aislamiento social es un estado en el que una persona tiene necesidad o deseo de contacto con otros, y por lo general, inseguridad en entornos y situaciones sociales. Por ese motivo aquí – por el Jardí Botànic – se ve a estas personas integradas a las actividades de grupo”, dice Paula.


La salud mental es un problema que no tiene edades. Los datos que ofrecen webs especializadas en esta enfermedad dicen que uno de cada seis jóvenes, de entre 10 y 19 años, tiene problemas de salud mental. La adolescencia es una etapa de crecimiento y formación marcada por cambios físicos, emocionales y sociales, en la que factores como la pobreza, el maltrato y la violencia pueden aumentar la vulnerabilidad a esos problemas en la salud. “Cuantos más sean los factores de riesgo a los que están expuestos los adolescentes, como la exposición a situaciones adversas, la presión social del entorno y la exploración de la propia identidad, mayores serán sus efectos en su salud mental”.
“Nos preocupa mucho la gente joven. Hemos creado el club de jóvenes en una edad entre 16 y 30 años. Se distraen en grupo yendo a boleras, cine, teatro, cenas… Todos ellos viven un problema similar. Hay adolescentes que corren más riesgo de padecer trastornos de salud mental a causa de sus condiciones de vida o de situaciones de estigmatización, discriminación, exclusión o falta de acceso a servicios y apoyo de calidad”.
De hecho, según las mismas estadísticas, el suicidio es la tercera causa de defunción entre los adolescentes mayores y los jóvenes de entre 15 y 29 años. Los factores de riesgo de suicidio son diversos: el consumo indebido de bebidas alcohólicas, el maltrato en la infancia, la estigmatización que disuade de buscar ayuda, los obstáculos que impiden recibir atención y el acceso a medios para suicidarse. Las plataformas digitales, al igual que otros medios, pueden ayudar a aplicar medidas de prevención del suicidio, pero también pueden inducir a cometer actos autolesivos.
Los trastornos o disfunciones del neurodesarrollo generan graves dificultades de aprendizaje. Tal y como se explica en el Plan de Salud de Catalunya 2021-2025, según datos del Departament d’Educació de la Generalitat, entre el 17% y el 22% de los alumnos presentan fracaso escolar, porcentajes claramente alejados de la media norteeuropea, que se sitúan entre el 4% y el 7% del alumnado. El origen de esta diferencia puede deberse a que, en Catalunya, la detección y tratamiento de estos trastornos es muy inferior a la que tienen otros países europeos con mejores resultados escolares y académicos. En estos casos, según Paula, “es recomendable consultar a profesionales que puedan dar un asesoramiento más específico para resolver la situación lo antes posible y con el menor sufrimiento posible en el futuro de esos jóvenes”.
La Associació La Muralla, que desde un inicio la junta directiva está compuesta por personas con dificultades mentales, ha puesto en acción la Escola de Familia, que ofrece un soporte a los familiares que conviven con una persona con problemas en su salud mental. Se ha constituido para ofrecer soporte emocional en grupos psico-educativos y de ayuda mutua. “La irrupción de un trastorno mental en el seno de una familia afecta a todos sus miembros. Los sentimientos de angustia, de convivencia, la incertidumbre ante el futuro de la persona afectada y la falta de información pueden ser una sobrecarga física y emocional que compromete al entorno familiar. Ofrecemos un servicio doméstico en el que damos servicio a nuestros asociados en su medio habitual de vida, evitando la exclusión en el desarrollo y trabajando su autonomía en su propio hogar, manteniendo la estructura familiar”, señala Paula.
“Las personas nacen con problemas de genética mental. Muchos de ellos, aunque no tengan un familiar directo, es probable que tengan algún antecedente en la familia. Otros factores son las dificultades de concentración, la tendencia al aislamiento y otros síntomas asociados a la presencia de un trastorno les afectan. Es difícil que asuman el problema, aunque algunas de ellas, no todas, acuden al centro para intentar averiguar que les sucede. Son personas que de adultos les puede afectar en el rendimiento del trabajo y favorecer el absentismo laboral, lo que les puede llevar a la pérdida del puesto de trabajo”.


Una enfermedad que, pese a no tener cura, según Paula, “las personas que lo padecen pueden llegar a tener una vida aparentemente normal. Si asumen el problema es más fácil el tratamiento. Algunos vienen obligados por indicación médica. Otros por dictamen judicial. Normalmente acuden después de quemar muchos cartuchos en su vida porque se dan cuenta que necesitan ayuda. Algunos la piden y otros son muy reticentes a ello. Siempre les aconsejamos que visiten al especialista”.
Y por otro lado está el estigma sobre la salud mental, cuando de manera negativa por alguna característica distintiva o por un rasgo personal se considera, o de verdad es, una desventaja. “Lamentablemente, las creencias y las actitudes negativas hacia las personas que tienen alguna afección en la salud mental son frecuentes, dando paso a la discriminación, considerando a la persona violenta o peligrosa a causa de su enfermedad. Llevándole a la resistencia a buscar ayuda o tratamiento, a la falta de comprensión por parte de familiares, amigos, compañeros de trabajo u otras personas. Con menos oportunidades laborales, o participación en actividades escolares o sociales, o problemas, incluso, para encontrar una vivienda, por temor a que su conducta produzca alguna acción violenta dentro de ese hogar”, concluye Paula.