Emilio Mayayo / Médico jubilado
No debía tener mis seis años. Lo recuerdo bien ya que con mis seis mi familia se trasladó a vivir a Cataluña. Mi padre era un buen cazador, lo había heredado del suyo que le había enseñado a disfrutar de la caza menor, cosa muy habitual en los moradores de las zonas rurales. Un día acompañaba a mi progenitor a cazar ya que pretendía inculcarme su afición, que luego no seguí por razones diversas. De repente el perro ladró de una manera peculiar y saltó una liebre muy cercana. Viéndola le dije con marcada ansia, papá, papá…¡dispara!. Él, de forma tranquila me dijo…¡espera!. Yo…¡que se va a marchar!. Al poco sonó un disparo y a mayor distancia la liebre dejó de correr. Mi padre me dijo y me enseñó que hay que saber esperar y hacer las cosas en su determinado momento.
También era un buen jugador de ajedrez. Nos enseñó el arte de este preciado juego. Lo jugué hasta mi juventud, al igual que le acompañé a su deporte preferido, la caza. Ahora en mis años de senectud me arrepiento de no haber seguido ambas (y otras) enseñanzas.
Cuando estudié medicina, el catedrático de psiquiatría era don Ramón Rey Ardid, que además de gran médico era un excelente jugador de ajedrez, había sido largos años campeón nacional y llegaba a jugar partidas sin tablero. Se decía que tenía en su mente todo el arte del buen jugador de este bello juego y muchos lo consideraron un genio. De mayor conocí a otro genio del ajedrez y de otras artes, don Máximo Borell Vidal, que en su juventud llegó a ostentar un gran rango entre los mejores. Sus libros sobre la materia son elementales para los que quieren profundizar en los conocimientos de este arte. Yo, tanto de joven como de mayor, aprecié que no podía llegar a la milésima de ellos, pero aprendí bastantes conceptos.
Hace tiempo leí un libro de espías, Triple de Ken Follett, una trama de buena elaboración. Me impactó una cosa puntual. Los tres protagonistas se encuentran estudiando en la universidad de Oxford y dos de ellos juegan una partida de ajedrez, siendo el tercero atento espectador. Veinte años después se vuelven a encontrar en otro contexto y el observador le pregunta al ganador ¿por qué te dejaste matar cinco piezas y tú no comiste ninguna?. La respuesta fue muy simple, para ganar.
En la vida hay que ser como un jugador de ajedrez, saber lo que se quiere, aunque se tenga que sacrificar mucho en un principio, para llegar a los objetivos que uno pretende.