Los ojos se le humedecen en varias ocasiones, a medida que avanza la conversación. Incluso sube el tono de la voz, en algún momento, como señal de la rebeldía que siente por el trato hacia las personas mayores por esta sociedad. “A la gente mayor nos tratan como trastos viejos. Somos mayores, pero seres humanos. Nos obligan a ser sordos, mudos y ciegos”, dice.
Mercè Marín nació en Flix, pocos meses después de finalizar la Guerra Civil española, en 1940. Fue la mayor de tres hermanos. Su madre sufrió siempre una delicada salud y su padre murió cuando ella tenía 8 años. “Desde pequeña he tenido que hacer de mayor. No fui una niña como las demás. Como hermana mayor afronté muchas obligaciones. Me hubiera gustado jugar como lo hacían otras niñas”.
A pesar de no ir a la escuela, a Mercè le ha gustado la cultura. Ha leído libros que la han ayudado a escribir poesías y recitarlas de memoria, así como el colaborar en la primera etapa de La Vila, siendo frecuentes sus escritos. Vinculación a la cultura por la que es conocida por mucha gente en Salou.
A sus 84 años denuncia la indignación que siente “por el trato hacia las personas mayores por la sociedad en general y principalmente en algunas residencias. “Las muertes de miles de ancianos durante la pandemia no pueden pasar inadvertidas. Los viejos no interesamos. La gente mayor solo genera gastos, con el pago de las pensiones y las medicinas. La juventud olvida, se desentiende de nosotros y no es consciente que gracias a nuestro esfuerzo y sacrificio tienen un mundo mejor”, dice Marín.
“El sacrificio de las personas mayores ha sido enorme. Hoy, mientras los jóvenes tienen teléfonos móviles, dos mejor que uno, tablets, ordenador o juegos digitales, las ancianas de ahora, durante nuestra juventud, tuvimos que sacar adelante a familias trabajando, en algunos casos como yo, zurciendo las carreras de las medias para ganar unas pesetas”, señala.
La presencia de los mayores en nuestra sociedad se puede contextualizar en que actualmente el 19,97% de la población son personas mayores, de las que el 6% de la población es octogenaria, lo cual muestra cómo las personas mayores cada vez van siendo más mayores. Se calcula que para 2040 las personas mayores representen más del 25% de la población total, lo que implica que una de cada cuatro personas será una persona mayor.
Circunstancia que hace pensar en que, cada vez en un mayor porcentaje, las personas mayores irán entrando en mayor número de ellas a las residencias. Lugar que para Mercè Marín es un “infierno”, dice. Con 16 años conoció al que fuera su marido durante 60 años, Josep María Maldonado. Un joven que había emigrado a Flix proveniente de Granada. En aquellos momentos los hermanos menores estaban siendo asistidos por Auxilio Social, una organización de socorro humanitario que existió en España durante la Guerra Civil y la dictadura franquista.


La delicada salud de la madre y el fallecimiento del padre hizo que, aún sin la mayoría de edad, la madre llamara a Josep María, un vecino que había llegado recientemente al pueblo tras cumplir el servicio militar en su tierra andaluza, al que la madre “le propuso que se casara conmigo, porque mi no quería morir sin saber que el futuro de sus hijos estaría protegido por un hombre. Aceptó y nos casamos un viernes por la mañana en una boda que parecía un funeral, por la situación en la que se produjo”, señala Marín.
Esposo con el que se tuvo de desplazar desde Flix a Salou a los 20 años porque uno de sus hijos padecía bronquitis y el clima no le sentaba bien. Residente en la capital de la Costa Daurada ayudó económicamente al hogar trabajando en faenas domésticas y en algunos comercios como costurera. Etapa en la que se fue involucrando culturalmente a corales y grupos de teatro.
La enfermedad de Josep María le obligó a internarle, a régimen particular, en una residencia durante veintidós meses. “La falta de movilidad había que hacerla con una grúa, con lo que era imposible que lo hiciera yo sola en casa”. Aunque, eso sí, “fui todos los días a verle para estar con él, desde las nueve la mañana hasta que me echaban de la residencia por la tarde. No hubo un solo día que no pasara con él”, comenta. En la residencia es cuando “me doy cuenta de que los viejos no servimos para nada. Que están drogados a base de medicinas para que no se enteren que están allí, en un cementerio viviente. Los hijos abandonan allí a sus padres. No se dan cuenta de que, aunque somos mayores, necesitamos un poco más de amor, de cariño de sensibilidad. No pueden olvidar que somos los padres”.
“En un banco de la plaza Bonet he visto a un hombre viejo llorar – dice Marín con una cierta indignación-. Me he acercado para ver que le sucedía y me ha dicho que estaba solo, que los hijos habían desaparecido y que no querían problemas de viejos. Si no hay dinero a repartir cuando una persona muere, los hijos desaparecen de la vida de los padres. No quieren saber nada de ellos, no quieren problemas, males de cabeza. Aquel hombre me decía que tiene miedo a ir a casa porque allí solo encuentra soledad”, comenta Marín.
Mercè vive en su casa. Casi siempre acompañada. Tiene la asistencia del voluntariado de la Cruz Roja, habiendo sido hace unos meses protagonista de una noticia que TAC12 hizo para dar a conocer esta actividad social y, en otros casos, asistida por personas como Ekaterine, una georgiana que ha escrito un libro sobre reflexiones y vivencias que lleva muchos años en Salou y que asiste en algunas de las necesidades de Marín. “La emigración es un ejemplo para muchos españoles que no quieren hacer nada por los demás. Hace un trabajo que los de aquí la rechazan porque no tienen espíritu de la solidaridad. Si ves algún asistente español con un viejo, lo deja aparcado junto a un banco mientras él juega con el móvil, incapaz de dirigirle una sola palabra que le motive. Vivimos en un mundo falto de amor y cariño en el que los hijos no tienen un momento para sacar a pasear al padre, pero sí para que el perro haga sus necesidades en la calle. Es indignante, triste, despreciable”, señala.
La denuncia social que hace Mercè Marín se produce en un momento en el que que habría que preguntarse si las políticas públicas y leyes actuales responden a las necesidades de las personas mayores y si cubren todas las cuestiones que son importantes para ellas. La jubilación y las pensiones, con el peligro de entrar en el umbral de la pobreza en algunas de ellas, la brecha digital y la soledad no deseada, el urbanismo que sigue siendo un reto pendiente donde las personas mayores tienen que entender que el espacio público sea más accesible para envejecer en mejores condiciones.
El modelo de familia tradicional que ha cambiado con familias de menor tamaño, con más distancia geográfica entre las generaciones, y, principalmente, los cambios de la mujer en la sociedad y su incorporación al mercado laboral, nos hace pensar en qué penoso es el fin de un viejo. Perdemos vista. Nos volvemos sordos. La fuerza declina y nos duelen cada día más los huesos. Vivimos en silencio, porque la boca habla cada día menos. Al corazón le cuesta descansar. Y es probable, como dice Mercè Marín, vivimos como trastos viejos.